Inquietud

lunes, 21 de diciembre de 2009

 


La habitación se encontraba entre una tenue oscuridad que carcomía las ligerezas de tus rasgos y dejaban en evidencia el tan delirante brillo de tus ojos color miel que parecían ser el espejismo de un viajero en el desierto de la oscuridad, tus manos se movían con lentitud y suavidad para dar apoyo a la historia que contabas con el afán de entretener la velada y tus labios bailaban al compás de tus palabras entrelazadas por emociones fantásticas.

Parecía estar suspendida en un vaivén de armonía, la impresión de estar en una total tranquilidad me ayudaba a concentrarme en tu historia de emoción, en tu relato de inquietud, y así fui perdiendo lentamente la noción del tiempo que resulto no ser lo más importante de aquella noche. La sigilosa tonada del viento te ayudaba a jugar con tu cabello que ya estaba largo por el pasar del tiempo, un tiempo que vistió de experiencias tu corta vida y que ese día nos había llevado ahí.

No era importante él porque nos encontrábamos ahí, lo único importante era que podíamos compartir aquel instante, aquel momento que si bien no fue eterno, fue lo más productivo que pudimos tener desde hace ya mucho tiempo, desde el cual nos conocíamos.

La mesera irrumpió en nuestra conversación, para avisarnos del tiempo con el cual ya no contábamos y una luz destellante nos alumbro con la clara intención de terminar con nuestra conversación, pero, aun así, todo fue tranquilo, nunca buscamos el lado negativo en aquel momento, ya que gracias a todo lo que habíamos conversado nuestros temperamentos se encontraban calmos, como si fuera por acción de agentes ilícitos. Tomaste de mi mano para buscar el camino de vuelta a nuestras vidas, nada te detuvo, ni siquiera la idea de perder aquella tan preciada armonía, parecía que toda esa paz la habías podido interiorizar, porque no te preocupo en ningún momento. Mis ojos se movían en busca de tu silueta, aunque me sentía segura tomada de tus brazos, necesitaba ver por lo menos una vez mas aquellos ojos de ingenua estabilidad, un poco infantiles, pero que me enloquecían cuando sin querer coincidían con los míos.

Tu nombre no importaba, menos tu raza o tu razón de vivir, ya que independientemente me fascinaba tu facilidad para hablar de temas que para algunas personas se tornan tediosos y algo angustiosos, para los cuales tu dejabas de entre ver una sonrisa limpia y pura de cualquier mala intención, me fascinaba como te sonrojabas cuando mis ojos algo tendenciosos no te dejaban en paz, me fascinaba como tu manos tomaban a las mías como si fueran de cristal, como si fueran lo más preciado que pudieran tocar.

Desde pequeña tuve el problema de idealizar todo lo que quería de verdad, y varias veces me lleve sorpresas que a nadie le gustaría recordar, así fue como fui construyendo una pequeña armadura de hielo material, para que nadie destrozara mis sentimientos que ilusamente cree sin poderme percatar.

Tu paso era firme, nuestro destino algo incierto, pero en ese momento ¿a quien le importaba?, la verdad era cierto que a ninguno de los dos nos importaba donde termináramos, si es que podíamos vivir el momento juntos. Comencé a tiritar, mientras las hojas de pleno otoño caían dando una calidez al cuadro que claramente mi cuerpo no sentía, pero seguí caminando tomada de tu mano tras de de ti, tratando de inmortalizar el momento, mis ojos no se retiraban de tu espalda, y de un instante a otro volteaste para decirme algo y al ver mi piel pálida por el frío me arropaste con tu abrigo sin preguntar nada y enredaste tus fuertes brazos a mi cuerpo intentando transferirme tu calor.

Me sentía tan mimada, tus manos caídas en mis hombros dibujaban elipses irregulares mientras contemplábamos el mando de oscuridad bordado con lentejuelas que yacía inmóvil sobre nosotros. Sabía que me deseabas tanto como yo a ti y que nos encontráramos juntos en aquel momento no era solo casualidad, sino que ambos lo queríamos así. De pronto avistaste el final del camino y tus pasos se volvieron lentos, como repudiando aquel lugar, pero era inevitable, ya estábamos ahí y había que tomar rumbos diferentes. Sin palabras en mis labios busque una vez mas tus ojos, para saber que pasaba por tu mente, pero hiciste la vista a un lado… destrozando el instante perfecto, lentamente me quite tu chaqueta y la puse frente a tu pecho con mis dos manos, deseando sentir tu corazón que creía se había congelado con el frío estremecedor, por varios segundos tus manos no reaccionaron a afirmar la chaqueta y yo lo único que podía hacer era mirar hacia el suelo y sentirme vacía. Luego de un eterno momento que se volvió un poco incomodo, presioné tu chaqueta contra tu pecho con la firme intención de marcharme y tu mano al fin respondió, subiendo lentamente, despreciando la chaqueta tomaste de mi mentón y levantaste mi mirada. Tus ojos estaban brillantes y pude apreciar el contraste con la hermosa noche, fue ahí cuando sentía que tus brazos me envolvieron y me entregue a tus labios que me devolvieron el color de mis mejillas y me hicieron flotar sobre el piso como una pluma en el viento

0 comentarios: